martes, 6 de septiembre de 2011

"Sati" Juntos hasta la Muerte...




La práctica de la sati atañe a una categoría de mujeres. Se las llama las sati porque son mujeres «virtuosas» -tal es el sentido de sati- que siguen a su marido hasta en la hoguera, donde se dejan quemar vivas.

Una costumbre tal choca a la mentalidad occidental. La tradición india las exalta. La ortodoxia hinduísta considera prestigiosas a las sati y las reivindica como una de las características de su identidad.

Para la población, las almas de las sati están instaladas en la morada de las delicias eternas. Sólo las viudas se hacen sati. Los servidores de un príncipe se inmolan a su muerte y los guerreros hacen amok (es decir, acatan un ritual de transformación propio de Indonesia) si su jefe ha sido vencido.

La creencia que alienta el conjunto de estas conductas suicidas es que el muerto debe disfrutar en el más allá de los mismos bienes y servicios que en su vida terrestre. La idea dominante, si nos referimos a la tradición del sacrifició en la India, es zanjar una deuda de deber y amor que liga las diferentes partes al dueño común.

El término sati, que denota amor incondicional, fidelidad absoluta, sacrificio de uno mismo como prueba de ese amor, se ha de relacionar con el término satya, que quiere decir «verdad».

La satyagraha, movimiento de no violencia de Gandhi, quería decir «lo que lleva la palabra de verdad». Y ulteriormente viene a decir la renuncia.

Las llamas terrestres, las que se obtuvieron del fuego doméstico instalado en el momento en que la pareja se unió en la ceremonia del matrimonio, levantan alrededor de la sati una cortina que disimula el verdadero espectáculo de su muerte. Antes de hacerse sati, una mujer deja este testimonio: «Mi espíritu me ha dejado, de mí ya no queda sino un poco de tierra que quiero mezclar con las cenizas de mi marido. No sentiré nada al quemarme».

Está dicho: «La mujer que se quema sólo padece en proporción a los pecados cometidos en sus vidas anteriores, pecados que son la causa de la viudedad en esta vida».


Según los tratados del dharma, la esposa fiel debe acompañar a su marido en la vida terrena y anticiparse a él en la muerte. También la muerte del esposo es interpretada como el signo tangible de los pecados de la mujer. Ella habrá faltado al deber de las mujeres o incumplido gravemente la promesa conyugal. La gravedad de su falta se calcula por la edad: cuanto más joven es, más grave es la falta.

El fuego se muestra como instrumento privilegiado de la purificación de sus faltas. En otro tiempo, quemaban a los leprosos a causa de la maldad de sus crímenes. La infidelidad es la causa de la viudedad femenina en virtud de la ley de la retribución de los actos y de su corolario: la transmigración de las almas de nacimiento en nacimiento. Una víctima consentidora que participa de buen grado en el acto de entrega a la muerte alcanza la eternidad y se libera. Según las leyes de Manu, matar en el sacrificio no es matar. El suicidio es odioso, pero la muerte sacrificial propia es el camino más corto a la liberación.

Marido y mujer son uno en el camino del cielo. Son una única y misma «bola funeraria», un único y mismo cuerpo ancestral.

La conquista de la liberación constituye al individuo en su propia divinidad. Él no recibe ofrenda.

Las sati se asemejan a los renunciantes. Ellas escapan al mundo fenoménico, a una figura de sí ilusoria. Por esta ofrenda de sí misma, la esposa que sigue a su esposo en la pira funeraria va a purificar tres descendencias a lo largo de tres o cuatro generaciones: las descendencias de su padre, su madre y su esposo.

Su cuerpo de sati es una ofrenda hecha a los ancestros y una fuente de liberación por el mismo motivo que las bolas funerarias.

La sati es una expresión de la shakti, es decir, la manifestación de la energía creadora y la encarnación de la diosa. Si las cremaciones de viudas han atraído a grandes multitudes, es porque la visión -dharsan- de la sati en el instante en que se realiza el sacrificio que la fija para siempre en la memoria de los hombres, libera en ella sola un poder salvífico sin igual.

El amor terrestre no es sino el amor sublimado por lo divino. La sati es el testimonio supremo de ello. Podemos evocar el mito de la diosa Sati, esposa del dios Siva en primera unión. Para vengar una afrenta de la que Siva fue víctima, ella se retira al recinto sacrificial y se inmola en el fuego del yoga.

Esta práctica se desarrolló entre los siglos XIII y XIX. La colonización inglesa consiguió abolir este rito. A pesar de esto, en los años 1980 hubo una cantidad importante de suicidios de jóvenes esposas. Ochocientos «suicidios» se registraron en Delhi en el transcurso de un mes. Estas prácticas en cierto modo son una corruptela de la sati, motivada muchas veces por la voluntad del marido y de su familia de hacerse con la dote de la joven induciéndola a inmolarse por el fuego.

El renunciante: ser uno mismo ofrenda
La renuncia es otra forma de escapar al mundo.

Aquellos que optan por esta vía son llamados los sannyasin. Mientras que el ermitaño, reduciendo su vida social pero sin hacerla desaparecer, puede seguir llevando una vida familiar, el renunciante es un solitario, un vagabundo. El sí renuncia a toda vida social. En cierto modo es un «muerto en el mundo». Va desnudo por los caminos de su inquietud espiritual. Sale del mundo de los hombres para desembarazarse de los actos, y el acto por excelencia es el sacrificio. No persigue la recompensa de sus actos, sino la liberación -el moksa-, es decir, escapar al ciclo de los renacimientos.

Siendo esto así, no es posible escapar al sacrificio cuando se es hindú. Y el renunciante mismo se convierte en sede del acto sacrificial. Él se opondrá a que lo quemen. Él es el que se quema interiormente durante su vida. Una vez muerto, no tiene que ser quemado. Por eso su cuerpo se entierra y no se quema.

Al constituirse de entrada como ofrenda, erige a su propia persona, a su alma identificada con el Sí universal, en su divinidad. La India contará y todavía cuenta con muchos renunciantes. Entre ellos, Ramakrishna y Gandhi, que pueden considerarse figuras emblemáticas de ese gran continente y establecieron una relación muy particular con la muerte.